La Comisión Europea ha presentado las inversiones que considera prioritarias para los próximos siete años en redes transeuropeas que habrán de interconectar el espacio de la Unión con un objetivo: que todos los Estados miembros adquieran una capacidad de intercambio del 10% de su consumo de energía. Para ello se dedicarán 5.850 M€ de los presupuestos comunitarios a los 248 proyectos seleccionados.
Los proyectos para la interconexión eléctrica entre España y Francia son cuatro, alguno de ellos a punto de finalizar su ejecución y otros de limitada importancia, y supondrán aumentar la capacidad de interconexión de 1.400 MW a 2.800 MW sobre una demanda punta de 45.000 MW. De esta manera la interconexión con Francia apenas cumplirá la mitad del objetivo del 10% en 2020 acordado por todos los Gobiernos en el Consejo Europeo de Barcelona del año 2.002. ¿Por qué un retraso tan espectacular en unas infraestructuras estratégicas? Las culpas se reparten a partes iguales entre Francia, España y también Cataluña, que han paralizado, retrasado y encarecido los proyectos por razones de todo tipo pero que encierran la resistencia a un mercado más abierto y con más competencia.
El poco interés de España en presentar proyectos que rompan la perenne situación de isla energética contrasta con el grave problema que supone la sobrecapacidad de nuestro sistema eléctrico. Nos sobra más de la mitad de los 107.000 MW de potencia instalada y exportamos el gas que compramos a Argelia en una cantidad equivalente a 22.000 MW. Y con una demanda eléctrica que ha bajado al nivel de 2005. Nuestro sistema es más parecido a un embudo rebosando por todos los bordes.
La mayor limitación al desarrollo de la generación distribuida y a la integración de más renovables es la sobrecapacidad del sistema y la falta de interconexiones para exportar la energía sobrante al resto de Europa. El objetivo europeo de apoyo a más redes transeuropeas es permitir el crecimiento de las fuentes renovables para reducir las importaciones de gas y petróleo y las emisiones de CO2. Se da la paradoja de que mientras el norte y centro de Europa está reforzando sus redes para absorber hasta 40.000 MW de eólica marina, en España se le niega todo futuro.
Sin embargo, las interconexiones juegan otro papel fundamental en la estabilidad de la red europea. Cuando en el verano de 2003 el sur de Francia sufrió una fuerte ola de calor, sus centrales nucleares tuvieron que parar al subir la temperatura del agua de los ríos que refrigeraban sus reactores y España suministró electricidad a Francia. Cuando poco después un tornado derribó la línea de alta tensión en la A-3 ocurrió a la inversa. Dinamarca puede tener el mayor porcentaje de eólica en la red gracias a su interconexión con Alemania, porque en función del viento intercambian su energía en ambos sentidos.
Sorprende que la reforma eléctrica no haya abordado este problema ni haya aumentado la presión sobre Bruselas. Que preocupen más las renovables o el autoconsumo que la capacidad de interconexión solo es una muestra de lo lejos que están las preocupaciones regulatorias de los verdaderos riesgos del sistema eléctrico. Una mayor interconexión con Francia ahorraría muchos costes al sistema y el mayor coste de la sobrecapacidad. Sin interconexiones no hay reforma que valga. Debería ser el primer objetivo estratégico.